Se trata de una crisis en la autoridad en las familias. Pero ¿qué supone dicha crisis? En primer lugar, una antipatía y recelo no tanto como el concepto mismo de autoridad, sino contra la posibilidad de ocuparse personalmente de ella en el ámbito familiar del que se es responsable.
En su esencia, la autoridad no consiste en mandar; etimológicamente la palabra proviene de un verbo latino que significa algo así como "ayudar a crecer". La autoridad en la familia debería servir para ayudar a crecer a los miembros más jóvenes, configurando del modo más afectuoso posible lo que en la jerga psicoanalítica llamaremos "principio de realidad".
Es natural que los niños carezcan de la experiencia vital imprescindible para comprender la sensatez racional de este planteamiento y por eso hay que enseñárselo. Los niños -esta obviedad es frecuentemente olvidada- son educados para ser adultos, no para seguir siendo niños. [...] Si los padres no ayudan a los hijos con su autoridad amorosa a crecer y prepararse para ser adultos, serán las instituciones públicas las que se vean obligadas a imponerles el principio de realidad, no con afecto sino por la fuerza. Y de este modo sólo se logran envejecidos niños díscolos, no ciudadanos adultos libres.
Fernando Savater. El valor de educar. Ariel. 2000
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