Vivencia

viernes, 15 de abril de 2011

Estar entre la gente y sentirse solo, estar en mil cosas a la vez, llevar la cuenta mentalmente de lo que necesitas a diario, dudar, maravillarse, desesperarse, consumir, comer, dormir poco, moverse mucho, meditar, o dar demasiadas vueltas a las cosas, pensar en el "y si...", acertar, equivocarse, recibir mucho, dar poco, llevar flores a casa, ver la puesta de sol tras la ventana, comer viendo la tele, caminar en paz, caminar deprisa, cantar, hablar, explicar, conducir unas centenas de kilómetros, echar de menos a familiares, amigos y animales de compañía, sentir que cuando llegas los quieres más que la semana pasada, prescindir de internet, acariciar gatos desconocidos, sentir calor antes de lo acostumbrado, ver la tierra, los almendros, notar cómo llegas al límite de tus fuerzas, padecer remordimientos de conciencia por no estudiar lo necesario, cumplir las expectativas unos días, no cumplirlas otros...

Todas estas cosas y otras muchas más son las que predominan mis circunstancias semanales en mi destino iliturgitano.
La piel se vuelve de una membrana casi transparente que absorbe todo lo que sucede y lo amplifica al máximo.

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