El mito de Zeus y Atenea

martes, 8 de junio de 2010

La terapeuta Maureen Murdock, autora de La hija del Héroe, describe a las mujeres que de pequeñas se identificaron en exceso con el padre como "incapaces de reconocer ninguna vulnerabilidad, demasiado exigentes consigo mismas y muy desconectadas de sus emociones".


Se trata de pequeñas que nunca se identificaron con la madre. Desde niñas, optaron por formar equipo con su padre queriendo ser como él, como los hombres. Con el tiempo, acabaron relegando a la oscuridad su naturaleza femenina y, con ello parte de sus valores y capacidades.

Los antiguos griegos describieron esta circunstancia con el mito de Atenea, la diosa que no nació de una mujer sino de su padre, Zeus, quien la extrajo de su propia cabeza. Hoy, la sociedad favorece este proceso. En realidad, podríamos hablar de una auténtica masculinización de la sociedad, ya que se concede más importancia a los valores masculinos de la competitividad, la agresividad y la capacidad de producción que a la capacidad afectiva y cuidadora.



Algunas mujeres se convierten en exclusivas hijas del padre, en vez de continuar con el linaje femenino [...]. Un tipo de razocinio típicamente masculino que, aunque valioso, deja de lado la intuición, la integración y que plantea algunas carencias a nivel emocional.
¿Pero qué significa que Atenea salga de la cabeza de Zeus en lugar de otra parte del cuerpo? Según Murdock, que ésta va a a estar sujeta a los ideales que tiene el hombre sobre ella, es decir, va a estar condicionada por lo que piensa que tendría que ser en lugar de por lo que es. Esto también significa que las hijas se alejan de la madre ya que, para ser respetadas, no ha de ser como ellas, que representan la naturaleza. También significa que las hijas no son tan importantes como los hijos ya que son los que transmiten la pureza del linaje.

En la actualidad, muchas mujeres reproducen en su vida adulta las características del padre. Sobre todo a nivel profesional, nos hemos puesto en una carrera para ser iguales que los hombres, y lo cierto es que lo hemos conseguido en gran medida.

Hemos asumido que podemos hacer lo que queremos y no estar supeditadas al hombre, pero a costa de ser como él. Hemos renegado de nuestra naturaleza y la hemos controlado. Si no hemos hecho eso nos hemos considerado tontas o poca cosa, de segunda categoría, dado que lo valorado era lo típicamente masculino. [...] La clave para salir de esta situación es reconocer que la madre también tiene cosas buenas.

En otro modelo masculino , si la hija se ha identificado tanto con el padre es en gran medida porque, lo ha convertido en su dios. Este dios se convertirá más tarde en su juez interior, el que le dictará qué valores y comportamientos están "bien" y cuales están "mal", qué está o no está permitido, y con qué grado de exigencia se penalizan las desviaciones de esta conducta "divina". Pero se trata normalmente de un dios/hombre represor, normativo, que crea culpa y que hay que obedecer. Es sin duda una imagen muy limitada de masculinidad; deberíamos tener presente que así como existe un dios represor normativo, también existe otro dios, protector, bondadoso y amoroso. Se trata de una imagen menos difundida, pero no por eso inexistente.


Mireia Darder. Dra. en Psicología. Miembro fundador
y docente del institut Gestalt de Barcelona.



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