Así, no es maravilla que uno de los más competentes reformadores de la enseñanza francesa, Jullio Simón -si mal no recordamos- haya dicho: "Todos los niños son inteligentes, hasta que entre el maestro y los padres se encargan de embrutecerlos".
Y, con todo, en la escuela primaria todavía la fuerza de las cosas mantiene cierta tendencia educadora, pese a Bain, que, contra su habitual discreción, opina que la misión del maestro es suministrar al discípulo "una cierta instrucción definida". Allí, con efecto, no cabe desatender en absoluto el sentimiento, ni la actividad corporal, ni el carácter moral del alumno. En las demás instituciones que forman los grados superiores de la jerarquía, el divorcio es tan riguroso, cuanto que las más veces hasta se procura de intento. Los griegos lo entendían de otro modo. Para ellos, ni cabía instrucción sin educación intelectual, ni educación intelectual sin cultura completa del espíritu y el cuerpo. Platón será en este punto el eterno modelo de toda enseñanza digna de tal nombre. Enseñanza -¡qué herejía para el antiguo régimen!- dad sin reglamentos, concursos, oposiciones, libros de texto, exámenes; sin borlas, mucetas y demás insignias solemnes; y -lo que es más grave aún- sin ese pedantesco abismo entre el maestro y el alumno, extraños hoy uno a otro para lo más de su vida, salvo el efímero vínculo de la lección académica, en que el profesor se siente inspirado de Real Orden todos los lunes, miércoles y viernes, de tres y media a cinco de la tarde. La unidad interna de su vocación formaba alrededor un círculo de sus discípulos; y un trato personal y continuo alimentaba esa intimidad, sin la cual es imposible que se entregue a libre comunión la conciencia, cerrada por legítimo pudor ante la mirada indiferente de un auditorio anónimo y extraño.
Francisco Giner de los ríos. Por una senda clara. Edita: Junta de Andalucía con motivo de la celebración del Día Internacional del Libro. 2011.

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