El origen de los hielos

viernes, 8 de octubre de 2010

Mi pasión por los hielos, comenzó al leer Frankestein, como ya dije en una entrada anterior. Concretamente con esta epístola:

A la señora Saville, Inglaterra
5 de agosto de 17..

Nos ha ocurrido un accidente tan extraño que no puedo dejar de anotarlo, si bien es muy probable que me veas antes de que estos papeles lleguen a tus manos.

El lunes pasado (31 de julio) nos hallábamos rodeados por el hielo, que cercaba el barco por todos lados, dejándonos a penas el agua precisa para continuar a flote. Nuestra situación era algo peligrosa, sobre todo porque nos envolvía una espesa niebla. Decidimos, por tanto, permanecer al pairo con la esperanza de que adviniera algún cambio en la atmósfera y el tiempo.

Hacia las dos de la tarde, la niebla levantó, y observamos, extendiéndose en todas direcciones, inmensas e irregulares capas de hielo que parecían no tener fin. Algunos de mis compañeros lanzaron un gemido, y yo mismo empezaba a intranquilizarme, cuando de pronto una ínsolita imagen acaparó nuestra atención y distrajo nuestros pensamientos de la situación en la que estábamos. Como a media milla y en dirección al Norte vimos un vehículo de poca altura, sujeto a un trineo y tirado por perros. Un ser de apariencia humana, pero de gigantesca estatura, iba sentado en el trineo y dirigía los perros. Observamos con el catalejo el rápido avance del viajero hasta que se perdió entre los lejanos montículos de hielo.

Esta visión provocó nuestro total asombro. Nos creíamos a muchas millas de cualquier tierra, pero esta aparición parecía demostrar que en realidad no nos encontrábamos tan lejos como suponíamos. Pero, cercados como estábamos por el hielo, era imposible seguir el rastro de aquel hombre al que habíamos observado con la mayor atención.

[...] Sobre un gran fragmento de hielo, que se nos había acercado durante la noche, había un trineo parecido al que ya habíamos divisado.

Únicamente un perro permanecía vivo; pero había un ser humano en el trineo, al cual los marineros intentaban persuadir de que subiera al barco. No parecía, como el viajero de la noche anterior, un habitante salvaje procedente de alguna isla inexplorada, sino un europeo.

[...] En una ocasión el lugarteniente le preguntó que por qué había llegado tan lejos por el hielo en un vehículo tan extraño.

Una expresión de dolor le cubrió el rostro de inmediato; y respondió:

- Voy en busca de alguien que huyó de mí.

Mary Wollstonecraft Shelley. Frankenstein o el Moderno Prometeo. Edit. Anaya. 2000

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Si no has leído la obra, no sigas leyendo a partir de aquí, porque voy a desvelar elementos del final de la historia:

Imagínate a dos personajes atormentados por una existencia de culpa y autocastigo, de rechazo personal y social, angustia y en último término locura. Uno de ellos, decide huir de todo finalmente, y allí donde no mora ser humano alguno, ojo delator, juez de sus flaquezas y reflejo de lo que no quiere ver, es donde decide ir para refugiarse, o encontrar su final determinantemente. ¿Qué paraje de inconmesurable soledad acertará con las pretensiones del protagonista? Las tierras heladas sin duda. Norte o Sur, qué más da. El mismo vacío, el mismo desierto helado. El último paraíso natural, sin mácula, perfecto, puro, níveo.


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